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Mañana también abrimos

Mañana
También Abrimos

Cuando era niña, y no tan niña, si soy sincera, de hecho, creo que durante toda mi vida, siempre he me he preocupado mucho por todo(s). Siempre “me ha gustado” darles mil vueltas a las cosas hasta llegar a la solución perfecta. Así es… hasta hace poco creía con vehemencia que eso existía. Podía pasarme días enteros rompiéndome la cabeza con un problema de matemáticas, o (ya en la adolescencia) lamentándome de cosas que había dicho o hecho, y tratando de encontrar el porqué de una relación fallida. Viéndolo en perspectiva, estoy segura de que en algún momento me salía humo de la cabeza. Literal.

En muchos de esos momentos de frustración, mi padre venía y me obligaba a salir a la calle. Lloviera, nevara o hiciera un sol aplastante, me obligaba a dejar lo que fuera que estuviera haciendo y a salir a tomar el aire a la calle, al parque o a la montaña. Yo salía. Refunfuñando, pero salía, y le decía que él no entendía lo que me pasaba, y le hablaba, le gritaba, a veces hasta lloraba.

Aunque sus técnicas no eran precisamente las de un coach, y sus consejos no siempre eran los más acertados, ya que cada uno habla desde sus experiencias y su forma de entender la vida, siempre conseguía relativizar la gravedad del “problema” que me asediaba. Esto lo solía hacer de varias formas: poniendo en evidencia mis propias virtudes y fortalezas que siempre me ha costado ver; dándome a entender que hacerlo lo mejor que uno puede o sabe es lo más importante; y mi favorita, haciéndome ver que fuera lo que fuera que me atormentara, no lo iba a solucionar en ese día, ni tampoco probablemente al día siguiente, ni al otro, ni al otro... Aún así, el mundo iba a seguir girando, el tiempo iba a seguir pasando, y mañana tendría otra oportunidad de hacerlo mejor o descubrir la solución. Y así, tras todos y cada de sus particulares sesiones de coaching personal conmigo, se despedía diciendo:

Running Shoes

Una historia de cambios...

Sr. Fernando y Melquiades

El señor de la foto es mi padre, Fernando. No exagero cuando digo que hace unos meses, Fernando era un hombre ODIABA  a los gatos. Así, en negrita y subrayado. Y no sólo les odiaba, le daban asco. Básicamente, cuando un gato se le acercaba a menos de 1 metro, Fernando empezaba a ponerse nervioso, listo para darle una patada al animal. 

Hace dos años llegué yo con Melquiades (es una gata, aunque su nombre sea de chico, pero esa es otra historia). por circunstancias de la vida, yo tenía que viajar y no tenía con quien dejarla. Las personas que se habían comprometido a cuidarla cambiaron de opinión en el último momento. Estaba desesperada y de repente un día mi padre eme dice: "Yo la cuidaré."

Sus condiciones fueron claras. La iba a alimentar y limpiar, pero no iba a tocarla ni darle amor. Unos meses más tarde, éste era mi padre con Melquiades.

 

No fue un proceso fácil. Primero vino su sentimiento de querer ayudarme en un momento de desesperación. Después pasó de mirar a Melquiades con recelo, y correr cada vez que se le acercaba, a acariciarla con unos guantes de jardinero. Recordemos que le asqueaban los gatos. Hasta que un día por accidente la tocó sin guantes, y ahí se enamoró. 

No creo que mi padre sea nunca un amante de los gatos, pero su capacidad de adaptación y de querer probar algo nuevo (por necesidad) le hizo experimentar algo que nunca antes hubiera pasado por su cabeza. Juzgando por la foto, y cómo les veo juntos, no creo que se arrepienta. 

¿Quién es tu Melquiades?

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